Aposemática

Amarillas las vendas largas del asfalto,
doble cinta la frontera del sentido.
Y las luces,
amarillas gelatinas de la noche,
coágulo infecto tembloroso de hipocondria 
y miedo.

Amarillo el rectángulo atornillado
que me avisa y me refleja:
Cuidado escalón, me dice,
cuidado escalón, 
dos veces.

Me pongo los audífonos pero no escucho nada, 
el silencio es menos azul que una tortilla espumosa 
y más intenso que la mostaza.
El silencio es la ansiedad empastillada de azafrán 
y mercurio
en cápsulas blandas.

Amarillos asideros colgantes de Babilonia,
girasoles que exprimo como lianas.
Y la fiebre,
esa amarilla tropical que me acompaña,
fluorescencia de gorriones
con cirrosis.

Amarillas las marcas reflectantes
que me impiden resbalar como es debido:
Cuidado escalón, me frotan,
cuidado escalón,
de nuevo. 

Cierro los ojos pero no descubro nada, 
la oscuridad es un reflejo contaminado de cadmio 
y una explosión xantoproteica en mi retina.
La oscuridad es la ceguera borgeana del otro,
bastones enconados
de ictericia.

Amarillos los huesos flacos de la barriga del bondi, 
costillar de barrotes sin entrañas.
Y el semáforo, 
amarilla pestaña del tiempo, 
guiño perpetuo titilante 
de la histeria 
y basta.

Amarilla era su blusa descolgada 
del perchero de sus hombros:
Cuidado escalón, recuerdo,
cuidado escalón,
y no me importa.

Abro la boca pero no digo nada,
de un frenazo la página envejece
y de un tirón se me agrietan los sentidos.
La polimita prosigue intacta su espiral
y yo me extingo
en la vereda,
como una yema reventada.


Buenos Aires; 14 de septiembre de 2013

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