Sumerja sus carnes en agua salada,
preferentemente del caribe,
donde el mar caliente abunda
y ablanda.
Ripéese la falda sin recato,
desmenuce su cintura estrepitosa,
clave las uñas hasta la hebra
más fina.
Corte el llanto de la cebolla,
el tomate sin piel en cuadraditos,
el ajo desdentado y el pimiento verde
al caldero hirviendo con aceite.
Sofríase un poco hasta dorarse,
derrame el vino blanco en cucharadas,
vierta el jugo de la carne y dele candela
a fuego lento diez minutos.
Arroje todo con descaro,
sazone cada fibra en la cazuela,
recuerde el laurel de la victoria
y el pimentón de sus labios.
Remuévase con sociego y pausa,
remuévase con deleite,
remuévase media hora niña
y que no se pegue.
Acompáñese con arroz blanco,
un aguacate maduro,
un pedazo de malecón
y un mojito.
Buenos Aires, 28 de julio de 2013