Wormhole

Después de toda una tarde abrasadora hirviendo, te tomaste el 127 en la esquina transpirando y al llegar viste las dos chicas tomadas de la mano patinando sobre hielo en la laguna del parque: A veces el clima puede cambiar muy radicalmente. Piensas, intentas olvidar una sonrisa y te pones la campera verde, esa que no abriga nada pero es impermeable a los recuerdos. Me pregunto cuántos amaneceres tendremos en el parque. Los que queramos.

Debes reconocer que has perdido la noción del tiempo en todo su espectro de significados y connotaciones más o menos pragmáticas. Por momentos ni siquiera puedes asegurar que sea primavera o verano, o alguna de las otras dos estaciones de las que ya olvidaste sus nombres. Ya ni te interesa adivinar en que año estamos, por lo incomprensible que a estas alturas te resulta cualquier término relacionado con los almanaques y sus casilleros abstractos.

La campera la llevas siempre contigo desde empezaste a notar que algo no andaba bien. Con este tiempo loco no sería descabellado que un día de estos caiga nieve y hay que estar preparado. Dicen que cuando nieva hay menos frío pero la humedad se vuelve osteoporosis crónica de la memoria. Y si de sorpresa en un rato desciende el calor de golpe una vez más, con sus convecciones de concreto, sus charcos calientes y sus mosquitas molestas, uno se vuelve frágil, o peor, blando de huesos; y al otro día cuesta levantarse a la mañana. Como si todavía pudieras asegurar que los días pasan, o transcurren. Como si te fueras a acostar pensando en mañanas; o al menos una sola, esa mañana que aun no llega o que ya ha pasado y no te has dado cuenta. Tenés frío; vení, sentate acá. No mejor no, no quiero estar cerca.

Empezó a los pocos días de su partida. Aquella vez oscureció de pronto cuando empezaste a notar que no tenías noción de su regreso. No había luna ni estrellas cercanas y te negaste a preguntar. Mirar el cielo ha dejado de ser garantía, ya ni pretende insinuar una sospecha, regalar la más mínima pista, mucho menos alentar una esperanza. Mirar al cielo se ha convertido en veladuras surrealistas de luna menguante y sol sostenido mayor sin eclipses, ni crepúsculos, ni amaneceres magentas. Al principio podías distinguir al menos si se trataba de la noche lavada sobreexpuesta o el día gris oscuro y empastado, pero ya ni eso.

Hay algo, algo te trae inevitable a este parque con una frecuencia congelada en un instante que por momentos se te antoja interminable, y también fugaz perecedera. Como si acá fuera a pasar algo alguna vez, alguna noche muy de trasnoche, alguna tarde muy de mates con dos termos y churros sin relleno. ¿No te gusta el dulce de leche? Si, pero me empalaga muy rápido además, con este calor... 

Siempre que vienes, escuchas voces cercanas que no te atreves a mirar de frente, no quieres que te vean. Te acercas, te alejas, a veces de espaldas al lago incluso, buscando siempre la mejor posición que te permita intentar seguir escuchando. Pero a veces callan por largos períodos, y otras no entiendes lo que dicen y tú sólo sonríes, sonríes y asientas con la cabeza. No importa. Sabes que estás buscando algo y aunque hayas olvidado qué, es la única certeza que aun conservas más o menos intacta. 

A veces el olvido no es un mero lapsus de la memoria, ni tampoco la simple metáfora de la indiferencia. A veces el olvido es un pozo, un bache, un charco; una laguna glaciar profunda sobre la cual patinan dos chicas tomadas de la mano, debilitando en fetas el hielo donde dejaste congelado un recuerdo y la capacidad de distinguir el claroscuro de tus días.

Pero en su cadencia y tu espera perenne has llegado a ignorar que el hielo no se derrite solo; el hielo en días fundidos sólo se rompe de un golpe atroz, una palabra, una pregunta que te negaste a hacer y que resolviste contestar con tu memoria sin reparar en las consecuencias. Entonces quisiste venir al parque a escuchar, a ver si sucede algo, algo que llame tu atención más allá del miedo paralizante de no verla nunca más. 

Ya es tarde, aunque muy probablemente sea muy temprano, no lo sabes, no te lo preguntas tampoco. No pasará mucho tiempo hasta que vuelvas; simplemente porque el tiempo no pasa, no sucede, no transcurre desde aquella noche en que primero olvidaste cuándo regresaría y luego, cuando la dilatación del tiempo aún te permitía razonar algo, te convenciste al borde de la desesperación, de que tu olvido, tu bache profundo y congelado perpetuo, es la censura cósmica que le impide volver en tiempo y forma. Y que la noche todavía no termina y ella no vuelve.


Buenos Aires, 14 de enero de 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario