El descenso ha sido gradual, cuidadoso de no quebrar los cristales del tiempo y la memoria. Delicado con cada centímetro cúbico de mercurio que presiona aún con la esperanza de un quiebre fugaz y un escape fluido desprovisto ya de resistencia alguna, pero no. Nunca has estado tan quieto como ahora, en el molde, como quien regresa a algún lado impreciso en un momento indeterminado y aún así, no puedes dejar de de sentirte inestable, frágil, inseguro, tembloroso.
Deben ser los nervios, apenas piensas, o la ansiedad. Esa maldita impaciencia de querer todo, esa ambición desmedida de quererlo ya; búsqueda insensata de la nada sin propósito alguno entre otras redundancias. Esa maníatica intención de vibrar todo el tiempo que parece se acrecenta desesperada cuando ya tu estado es casi inerte, casi fundamental ahí, donde ya nada se mueve sencillamente porque ya no hay más lugar (y sobre todo, porque moverse implica mover también el universo circundante con sus millones de partículas pesadas y sus leyes).
Deberías haberlo previsto, evitar los grumos de este universo pastoso que te fragua como cemento ya no tan fresco. Mantenerte activo, evitar congelarte, hacer ejercicios, tomar sol en la esquina o ir de nuevo solo al parque. Quizás ahora sí me la encuentre, casual, predestinado, no sé, como antes.
Pero el tiempo se te vino encima como siempre; lento sí, sigiloso y también definitivo. Cada segundo te añade una capa de incertidumbre, una sospecha de paradoja que pospone la realidad y superpone los estados. ¿Estaremos vivos o muertos a esta altura? No debería sorprenderte ya ninguna respuesta, como ya no te sorprende el frío ni la baja presión de la sangre congelada que te revienta las venas.
De nuevo te descubres solo y condensado, rebotando en las paredes de este pozo de potencial infinito, sin otra armonía que la formalidad matemática de una conjetura irresuelta. Solo con el murmullo de tus pensamientos y alguna actividad más o menos neuronal que te resulta por lo menos inaudita en medio de tanto pesimismo y tanta falta de aire. Quizás así, si acaso piensas, con esta mínima energía y a una distancia sensata, podremos en efecto alterar este vacío y acercarnos como movidos por alguna fuerza natural.
Inmóvil, incluso resignado al hielo de mercurio bajo tus axilas, todavía presientes los cristales intactos y la memoria impoluta. Será que sientes aún vibrar leve la esperanza de su piel cercana y su mano tibia en tu frente. Será que al cabo será posible, amplificar la energía hasta niveles mensurables que sacudan el tejido del tiempo.
Buenos Aires; 21 de enero de 2013
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