Final de la tarde

Al final de la tarde
dime tú ¿qué nos queda?
El zumo del recuerdo
y la sonrisa nueva
de algo que no fue.

Ernestina De Champourcin

Había un viento fresco raro, no sé, de esos que son cada vez menos comunes en el verano y yo abrí la heladera de pronto.

Estaba oscureciendo como ahora, en un atardecer de esos chatos sin nubes ni mezclas cálidas con alguna que otra saturación. Esos que bien podrían ser amaneceres de no ser por el ruido de los perros que ladran, el tránsito que zumba menguando todavía, y cierto movimiento discreto como un murmullo por el que creemos percibir aún, hay mucha gente despierta. No, no es un nuevo día, no esta vez, habrá que esperar.

Decía que abrí la heladera, una vez más pensé que el bombillo ahora sí estaría está fundido, hace más de un año que vengo pensando lo mismo, agarré el jugo que ya para ese entonces estaba frío y con la puerta todavía entreabierta le saqué la tapa y me empine de la botella así de una y sin respirar, como una oración muy larga sin comas. Entonces se prendió la luz de la heladera.

Recuerdo que me llamó la atención un poco, que empecé a percibir la botella de otro modo, como un claro oscuro perfecto a contraluz con transparencias, pero en la medida que mi sed se fue calmando empecé a percibir otros sabores, no ya esa mezcla de azúcares, ácido cítrico y vitamina C que desde antes podía distinguir, sino algo nuevo, como un nuevo color, como un nuevo color, dos veces sí.

Empecé a sentir reventándose cada milímetro de carpelo, cada porción de baya, cada sabor ya no más insípido de hollejo; cada influencia de terpenos remanentes de la cáscara, cada tallo ausente del que ha sido desprendida, cada hoja cercana, cada follaje, cada rama, cada tronco que se hunde en raíz, en la tierra y se conecta con el mundo. Lo sentí justo, perfecto, ni muy dulce ni muy amargo, ni muy verde ni muy maduro, ni empalagoso ni astringente, respondía a todas mis exigencias de catador principiante y me conectaba con la tierra de un modo muy profundo, casi subatómico, no sé, Ud sabe que reniego de misticismos.

Es increíble las sensaciones que puede dar un jugo de naranjas pensé entonces, yo que no sabía que ese momento fugaz acabaría con el mundo tal cual lo conocía, más que como una revelación, como un fenómeno percibido, anticipado; incluso generado por una conjunción de factores con algo de voluntad y probabilística, llegué a pensar luego, yo que siempre ando enredándome con la técnica, los descartes, los gerundios y las cacofonías..

Pero lo cierto es que al cabo, todavía tengo esta sensación desde aquella tarde noche la cual de algún modo continúa: Aquella vez yo me bebí el universo de un largo trago, y en medio de esa avalancha infinitesimal frame-to-frame de sabores, recuerdo todavía vivamente reconocer su olor, su sabor, toda su sangre, desde entonces para siempre impregnados en mi memoria como un impulso eléctrico.

Luego le preparé un desayuno de atardecer, quizás anticipándome un poco, se lo llevé hasta la cama y se despertó con una sonrisa.

Al rato se fue y al otro día ya no amaneció.

Buenos Aires; 24 de enero de 2013



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