No la abraces,
que suelen tus manos frías
quemar violetas de angustia,
y a veces su piel se quiebra
al mínimo temblor
de pétalos sutiles.
No le hables,
que suele tu voz rasgada
reventar la magia del vidrio,
y a veces su escucha se ciega
al rotundo martillazo
de tímpanos saturados.
No la mires,
que suelen tus ojos claros
encender el miedo de alarma,
y a veces su llanto no alcanza
al amargo brote
de lágrimas propias.
No la escuches,
que suele tu atención prestada
dinamitar la paciencia breve,
y a veces su grito enmudece
al ingrávido murmullo
de balbuceos iracundos.
No la beses,
que suelen tus labios obscenos
estallar ásperos vesicantes,
y a veces su paladar se irrita
al húmedo hiriente filo
de lenguas derramadas.
Buenos Aires, 21 de noviembre de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario