Tras anestesia local de caricias, me dispuse a cortar con la mirada los centímetros de piel que la enmascaran. Una a una, las capas se abrieron con la timidez y el miedo sangrante de silencios; hermético el deseo y sepultada la alegoría.
Hubo antes o después devolución de miradas, adormecimientos leves y caricias vibrantes; peligros de cercanía y roces milimétricos. Hasta que entonces lo vi, escondido entre tejidos, agazapado en una esquinita disimulando calma.
Y de repente salta despavorido, brota breve y me salpica nodular definitivo, un te quiero tenue, minúsculo pero suficiente.
¿Es grave? preguntó ella. No sé, le dije, tendremos que esperar y estar atentos.
Buenos Aires, 18 de octubre de 2012
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